¿Alguna vez han tenido que reconocer un cadáver? No es una experiencia grata. Nadie te prepara para eso. Te lo describen como un trámite breve, un cruce de miradas entre lo que fuiste y lo que quedó de lo que fuiste. Lo cierto es que te ahogas un poco. Algo tiembla en tu mirada, algo pesa en tu corazón. Ahora imaginen que el cadáver que deben reconocer no es físico, sino de papel, y llega sin previo aviso.
Fue un día cualquiera. Caminaba por una librería de la ciudad donde actualmente vivo, con la misma costumbre de siempre: deambular entre anaqueles buscando autores que me despierten el duende de la lectura. Siempre en estas librerías uno puede verse parado frente a un anaquel muy limpio donde brilla apiladas las “Novedades”. Qué título más deprimente para una sección. Es como si las editoriales admitieran que el tiempo no es más que una suerte de eternidad en constante reciclaje. Brilla hoy, desaparece mañana. Pero ese día algo me saltó a los ojos como una terrible ponzoña. Un libro. Su título me pareció inaudito. Lo tomé. La imagen de la portada, tan similar a una que yo había compartido años atrás en un perfil de redes sociales que ya no uso ahora; todo esto resultó tan familiar que empecé a sentirme sofocado. Bastó pasar un par de hojas para que el primer cadáver rodara.
Vamos por partes. Les invito a mi propia serie de “True Crime literario”, como siempre en este tipo de series, la cronología es importante. El 2 de febrero de 2021, intercambié un par de mensaje por Instagram con Mónica Ojeda, la autora del libro que ahora tenía en mis manos, "Chamanes eléctricos en la fiesta del sol" (Penguin Random House, 2024). Al principio, los mensajes tenían ese tono amigable y casi encantador de quien admira el trabajo ajeno. "Es que a ti ya te tengo leído", "Ya sabes que soy muy fan", me escribió. En aquel entonces, la conversación era halagadora, incluso estimulante. Qué autor no se alegraría de que un escritor, con más trayectoria o visibilidad, leyera tu obra.
Pero la cosa se volvió extraña meses después, el 17 de diciembre de 2021. En un nuevo mensaje, Mónica Ojeda, admitió, sin mucho rodeo, que mi poemario "Primavera Nuclear Andina" (A/terna, 2017) había sido fuente de inspiración para una novela que llevaba en proceso: "Quería incluir fragmentos de tu poemario. Además, el capítulo lleva el nombre del libro".
Señalando que, incluso yo, apareceré como "un personaje con tu nombre que es autor del poemario". Aunque Mónica Ojeda aclara que es un personaje ficticio, permite establecer que existe un vínculo directo entre mi identidad y mi obra. Es importante notar que, aunque diga que el personaje no aparece más allá de ese capítulo, la referencia a mí y a mi obra sigue presente.
Boom. Así, sin anestesia. Imaginen ver reflejado su nombre, su obra y su identidad en un texto ajeno, como si la página te hablara desde un espejo roto.
La autora, en este mensaje, deja en claro que, tanto mi obra y su espíritu como mi identidad literaria, han influido en la construcción de su novela. Además, el "crédito" que ofrece me pareció era suficiente para reflejar la importancia de mi contribución. La autora, hasta este momento, manifiesta su intención de incluir los debidos créditos (incluso registra la posibilidad de mencionar dónde conseguirlo). Esto refleja una voluntad de transparencia y ética inicial, que finalmente no se concreta con el pasar del tiempo.
En este mensaje enviado, ella deja en claro que me quiere enviar el capítulo trabajado por ella, por lo que me pide un e-mail. Yo respondo el 18 de diciembre de 2021, dejando mi e-mail para que me pueda enviar el documento que ella señala:
"La idea sería poner también en los créditos lo que saco de ti y de tu poemario, reconocer allí tu autoría y la fuente de inspiración."
Hasta aquí todo parecía ético. Hubo un ofrecimiento de reconocimiento de inspiración, una oferta explícita de dar créditos y una suerte de promesa verbal de justicia literaria. Pero las promesas, como bien sabemos, no siempre cruzan la última frontera hacia la realidad.
El siguiente acto ocurrió por correo electrónico. Mónica Ojeda, el 19 de diciembre de 2021 vía e-mail me envió un archivo titulado "Nico (1)". Ese nombre parecía una clave, como si yo fuera un expediente numerado en algún archivo policial. En esta nueva comunicación Ojeda indica el uso de: "tu nombre y Primavera Nuclear Andina," y, además, menciona que con ello hará un reconocimiento al uso de mi obra en su novela: "La idea sería poner también en los créditos lo que saco de ti y de tu poemario, reconocer allí también tu autoría y la fuente de inspiración."
¿Notan cómo a estas alturas todo parecía claro y ético? Yo también lo noté. No había razón para dudar. Incluso Mónica Ojeda respondió a mi lectura del capitulo por un mensaje de audio de Instagram, agradeciendo y prometiendo que me avisaría cuando el libro estuviera terminado. Nunca lo hizo. Y el tiempo, que es un gran mar que arrastra todo hasta volverlo espuma hizo que me olvidará del asunto.
Ahora, volvemos al cadáver. Lo abrí. Busqué los fragmentos. Era inevitable. Las palabras que había escrito años atrás en mi poemario Primavera Nuclear Andina (A/terna, 2017) y que venía de un trabajo que había iniciado con Ceniza de rinoceronte (La Caída, 2015) estaban allí, desmembradas, reescritas como si les hubieran arrancado el ADN original. Versos que habían nacido en el contexto de mi cosmovivencia, mi voz, mi identidad cultural andina, ahora aparecían sin nombre, sin contexto y sin crédito. Como si nunca hubieran sido míos.
Aquí empiezan las preguntas incómodas. ¿Qué ocurre cuando alguien toma no solo tus palabras, sino también la esencia y el espíritu de lo que escribiste? Es más que un asunto de derechos de autor. Es un tema de apropiación cultural. Mis versos no son adornos literarios. Llevan en ellos la voz de mis ancestros, mi familia y la cosmovivencia andina que nutre mi escritura. Al usarlos sin reconocimiento, no solo los desvinculan de mí, sino que los reducen a una fuente anónima y utilitaria de inspiración.
El derecho moral reconoce que toda obra literaria lleva consigo la impronta ética y creativa de su autor. Al no reconocer mi trabajo, la autora vulnera:
Mi derecho a ser reconocido como autor de los versos y de la inspiración original.
Mi derecho a que mi obra no sea utilizada ni transformada sin mi consentimiento (independientemente de los cambios en la versión final).
Primavera Nuclear Andina no es un conjunto de palabras elegidas al azar; es un cuerpo vivo de experiencias, de símbolos, de lenguajes que pertenecen a una tradición cultural específica. En mi poesía habita lo andino, la voz de mis ancestros y mi propia identidad. No son versos desechables, ni materiales de inspiración libre, como si existieran para que otros —con más poder, más nombre, más acceso— los tomaran, los deformaran y los llevaran a mercados donde la voz original queda invisibilizada.
Esta apropiación no ocurre en el vacío. Tiene un contexto. Históricamente, las culturas andinas (y tantas otras voces periféricas) han sido reducidas a recursos literarios, a fragmentos exóticos con los que otros pueden construir discursos. Como si nuestra voz necesitara ser legitimada por alguien más. Como si solo tuviera valor cuando aparece blanqueada, neutralizada, dentro de un libro aprobado por los grandes circuitos editoriales.
Pero el peso de este borramiento va más allá. Mi poesía no solo fue tomada; fue descontextualizada. Y al hacerlo, la autora rompió algo más profundo: el hilo que une mis versos con su origen espiritual, cultural y emocional. No se trata solo de mis derechos como autor, aunque siento que también los violó al incumplir su promesa de reconocimiento. Se trata de que, al borrar mi nombre y mi contexto, también borró la memoria cultural que habita en mi obra.
Esto no es nuevo. Lo han hecho siempre. Desde la colonización hasta la mercantilización actual de las culturas indígenas, las voces periféricas se ven reducidas a mercancía. La apropiación cultural, por definición, toma símbolos y los vacía de su significado original para que puedan ser consumidos sin resistencia. En este caso, mis versos fueron extraídos, transformados y vendidos como parte de un discurso que me excluye por completo.
Intenté buscar una forma ética para resolverlo, pues mi intención no es buscar nada más que justicia. Lastimosamente el proceso legal cayó en la nada. La respuesta del Director de Derechos de Autor de Penguin Random House, fue formal, defensiva y cuidadosamente argumentada. Tan pulcra y diplomática que parecía salida de un manual corporativo. Les comparto a continuación mi sentir sobre esta respuesta:
Minimizar el uso inicial de textos ajenos como parte del proceso creativo como simples “tópicos comunes” que fue una las frases que uso el director, demuestra que este tipo de literaturas que yo llamo netflixeras solo sirven para darnos cuenta como “Nuestra literatura no sólo sigue abordando lo cholo sin mirarlo cara a cara, sino que bajo la excusa de la decolonialidad estamos asistiendo a una nueva domesticación del tema operada esta vez por el mercado. En otras palabras, no se está llevando el problema a la literatura, con su inaplazable urgencia, sino que se nos entrega una versión for export para el consumo progre de los lectores europeos, ávidos por sentirse agitados por algo más que no sea pagar los impuestos, pasear a la mascota y pensar dónde pasar las siguientes vacaciones en los momentos de respiro que entrega la vida burguesa” (Terrones, 2024)
Como mencioné intenté resolver esto de forma ética. Contacté a la editorial Penguin Random House, que publicó la obra. Confirmaron que Mónica Ojeda, efectivamente, utilizó mi obra en una versión inicial del manuscrito. Pero señalaron que en la versión final los fragmentos fueron "modificados" y que, por lo tanto, no existe infracción.
¿Ven lo absurdo? Es como si tomaras una canción, cambiaras algunas notas y declararas que ya no pertenece a nadie. El espíritu sigue ahí. El eco sigue ahí. Busquen “Ice, Ice baby”, cuya entrada es tomada de la canción “Under pressure” de Queen con David Bowie y me dicen que piensan.
Aun cuando los fragmentos de "Primavera Nuclear Andina" hayan sido “eliminados” o “parafraseados” en la versión final de la obra de Mónica Ojeda, el uso inicial de mi trabajo como referencia en los borradores previos es un hecho innegable y relevante. Siendo no solo evidencia de la influencia del espíritu de mi obra en su proceso creativo, sino que también que abre una discusión más profunda sobre las dinámicas de extractivismo cultural y su encubrimiento a través de las etapas de edición y publicación que siguen pasando. Aquí les invito a pensar cómo actúan los procesos colonizadores.
Desde aquel día en la librería, todo esto volvió a mí como una tormenta incesante. Ver tus palabras despojadas de su origen es un tipo extraño de muerte simbólica. Intenté un proceso legal, pero el sistema me hizo caer en el vacío. Era yo contra una multinacional, y la vida no es Hollywood. Las puertas se cerraron y las respuestas siempre tenían ese aire formal que esconde la verdadera respuesta: esto no les importa.
Durante el periodo de intercambio de correos electrónicos y mensajes escritos y de voz por Instagram, Mónica Ojeda como autora demostró que durante ese tiempo estuvo muy interesada en mantener un contacto constante conmigo. Me consultó acerca de si lo que estaba haciendo con mis materiales era apropiado o no. Sin embargo, tras este intercambio, siguió un silencio rotundo de su parte. Su interés inicial, en el que me pidió permiso y reconoció que usaría mis textos como fuente de inspiración, reflejaba un principio de transparencia y ética que, al final, no se materializó. Aparentemente, siento que la autora mantuvo el contacto conmigo hasta haber obtenido lo que necesitaba para avanzar en su capítulo, lo que finalmente se traduce en un acto de extractivismo literario.
Existen cambios del borrador al impreso, sin embargo, no implica que no exista el proceso que ella misma detalla en sus comunicaciones donde reconoce que me ha leído y que usará mis textos como inspiración. El no seguir con un reconocimiento en la publicación puede considerarse poco ético, especialmente si la inspiración fue significativa como ha ocurrido en esta novela.
Por ejemplo, la transformación de mi verso:
"rinocerontes vagan por los Andes"
a, en la novela impresa:
"ballenas cantan en los Andes" o "sirenas cantan en los andes" o "sirenas galopan en los andes" sigue teniendo un proceso de inspiración que tiene la estructura básica
animal + acción + lugar
O tomar mi verso: Año 5522 (calendario andino)
y cambiarlo para dar inicio a sus capítulos: Año 5550, calendario andino
Puede interpretarse como "parafraseo descontextualizado" o una "transformación no autorizada" de mi obra.
Lo único que busco con este texto es justicia. No dinero, mucho menos conflicto, sino el reconocimiento de que mi obra fue utilizada, invisibilizada y apropiada. Porque en cada verso no solo de Primavera Nuclear Andina, sino en toda mi carrera literaria hay algo más que palabras. Hay un espíritu, memoria, cultura y resistencia.
Y esto, no se puede borrar tan fácilmente, por más que lo intenten.
Reconocer un cadáver nunca es fácil. Reconocerlo cuando es tuyo, cuando te lo han arrebatado y descompuesto en fragmentos, es todavía peor. Pero aquí estoy. Reconociendo lo que me pertenece y recordándoles a ustedes, lectores, que el olvido, en esta vez, no es una opción.
Agustín Guambo
Notas:
En la versión impresa de la novela el nombre del Poeta cambia a Ariruma Pantaguano. Es interesante la forma que se describe y desarrolla el personaje, llamado también "Poeta" que inicialmente llevaba mi nombre. Pues los detalles que da sobre este personaje coinciden con muchos de los procesos que se han hablado de mi propia obra: postapocalíptica, anarcoliteratura (gestioné por años junto a otros camaradas el proyecto anarcoeditorial Murcielagario), chamán andino (véase el prólogo que hace Huilo Ruales Hualca para mi libro “Ceniza de rinoceronte” (La Caída, 2015)).
Acá pueden leer mi libro Primavera Nuclear Andina:
Mi solidaridad contigo cuando domina la baja autoestima, la falta de valores morales y éticos, y la musa de la inspiración no nos acompaña, se tiene que recurrir a tan bajos hechos como ensuciar el arte más precioso como es el arte de las lenguas literarias. Mi pesar que el arte también se vea ensuciado por hechos tan vergonzosos como la apropiación ilícita del trabajo y esfuerzo de otra persona.
El robo y el plagio son evidentes! y aunque se pueda incluir en toda creación literaria, aquí hay un reconocimiento dentro del proceso de escritura de las fuentes que utiliza, lo que debería permitir un proceso judicial. El parafraseo es burdo y resulta incomprensible no utilizar los textos originales así como la ausencia de los créditos prometidos. Buena suerte !
Toda mi solidaridad. “El colonialismo no es una máquina de pensar, no es un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado de naturaleza”, Frantz Fanon.
Constantemente nos enfrentamos a la mediocridad humana, pero cuán triste y frustrante es si la encontramos en el arte, donde esperamos que sea, más bien, un refugio, tanto para el artista como para quien lee, observa, escucha [...] Son claras las evidencias que presentas y cómo explicas lo que se ha hecho: dinámicas de extractivismo cultural ¡ni la portada se salvó!
Toda mi solidaridad contigo, hermano. Las pruebas que presentas son contundentes (me resulta grotesco que las amigas de la implicada hagan piruetas teóricas en pro de justificar lo injustificable); tu argumentación es sólida y despojada de cualquier ánimo revanchista, pues no buscas lucrar (algo que Ojeda ha hecho a partir de tu talento) ni hacer daño a nadie, solo pides algo elemental: que tu obra y tu identidad sean respetadas. Lo ideal sería que Ojeda y su multimillonaria editorial transnacional recapaciten y acepten su grosero error, es lo mínimo que deberían hacer, pero sabemos que el mundo no funciona así... ojalá al menos sientan vergüenza al haber sido desenmascarados en su burdo y taimado proceder.